
Donald Trump es capaz, en cumplimiento de la tradición, de indultar a dos pavos y perdonarles la vida antes del Día de Acción de Gracias –los afortunados esta vez fueron Gobble y Waddle–, pero parece –parece, se repite– dispuesto a no mostrar piedad con sus enemigos de Venezuela.
El presidente de los Estados Unidos sigue tratando de modelar América Latina a su gusto y lo hace a martillazos. La fidelidad canina que ha conseguido de la Argentina de Javier Milei –mezcla de admiración ideológica de este y aguda necesidad de un salvataje financiero– ahora la procura en Venezuela con una combinación de amenazas, despliegue fuerza militar y propuestas de un diálogo que sería monólogo.
Algunos pueden considerar a Nicolás Maduro un líder revolucionario y antiimperialista, y otros –ese es mi caso, claramente– un dictador y violador de los derechos humanos, uno que, por sólo señalarle un lunar reciente, todavía debe la presentación de las actas que, afirma, prueban la legitimidad de su última reelección. Sin embargo, ese debate hoy importa menos que la posibilidad latente de que Estados Unidos vuelva a ejercer con máximo celo la doctrina Monroe –por la que se reserva a América Latina como zona exclusiva de influencia geopolítica– y el corolario Roosevelt, esto es la aplicación de la fuerza militar para conseguir sus propósitos.

Ese drama se despliega cada día con acopio de fuerzas navales en el mar Caribe, bombardeos de lanchas que –alega el Pentágono– llevan drogas a las costas norteamericanas, amenazas y llamamientos abiertos a un cambio de régimen.
Asimismo, en una advertencia de la Administración Federal de Aviación (FAA) de los Estados Unidos para que los aviones comerciales "extremen la precaución" al sobrevolar Venezuela, cuyo cielo podría poblarse de misiles en cualquier momento, lo que llevó a la cancelación de 22 vuelos desde el sábado. El régimen chavista esgrime la posibilidad de quitarles la licencia para operar en el país a las aerolíneas que se presten a esas presiones, lo que llevaría a un incremento de la tensión.
La imprevisibilidad y el autoritarismo de Trump hacen que las quejas de los gobiernos de la región, incluso los más adversos al intervencionismo estadounidense, se escuchen con dificultad. El miedo manda.
La Argentina, más vale, calla, aunque por motivos diferentes: el Gobierno de extrema derecha asume que nada tiene para decir ni sobre ese ni sobre otros asuntos regionales o globales, y se limita a un seguidismo vergonzante. Ni siquiera osa votar en la ONU contra la tortura si no tiene permiso.
Todo el viento del mundo parece soplar contra Maduro y ahora queda más claro cómo fue que el Comité Nobel pensó que María Corina Machado era digna de la máxima distinción internacional que se entrega a quienes hacen aportes a la paz. A la antichavista se le debe reconocer coraje y consecuencia en el rechazo al régimen, pero su promoción de muy larga data de una invasión estadounidense hizo que la polémica estallara hasta en Oslo.

Mientras ella atiza desde dentro de Venezuela –sin que, afortunada y llamativamente, Maduro ose ponerle una mano encima– una revuelta en las fuerzas de seguridad, el jefe del Pentágono –rebautizado Departamento de Guerra en la actual administración–, Pete Hegseth, construye una fuerza militar formidable frente a las costas. La lógica es la misma que se aplicó en el mercado financiero argentino: que los gestos condicionen reacciones y que el costo efectivo de la operación resulte lo menor posible. Acá, que el dólar baje a fuerza de tuits y sin poner plata grande porque no se puede pulsear con el Tesoro norteamericano; allá, que algunos militares den un golpe y cambien el régimen porque no se puede pulsear con el Pentágono.
Para eso ya está apostado el mayor portaaviones del mundo, el USS Gerald R. Ford, punta de lanza de una fuerza que incluye otros buques de guerra, poder misilístico y 15.000 efectivos. Las últimas noticias revelan la realización de un ejercicio nocturno que podría constituir la previa de una invasión. O de una amenaza convincente.

"Tomen la decisión de acompañar la libertad cuando llegue la hora. Tú sabrás cuando dar ese paso. Sé un héroe, no un criminal. Este día que se acerca, únetenos", arengó Machado a todos los militares y policías de Venezuela el último sábado 15.
El tema, caballito de batalla de esta época de neointervencionismo duro, es la figura del narcoterrorismo. Para eso, el gobierno de los Estados Unidos declaró a Maduro jefe del "Cartel de los Soles", una entidad que algunos expertos ponen en duda y otros simplemente no la toman en serio.

Benjamín Netanyahu, junto al republicano y al argentino miembro del "triángulo de hierro" de la extrema derecha internacional, hizo su parte al señalar al venezolano como el principal nexo de los grupos terroristas Hizbulá –libanés– y Hamás –palestino– en Sudamérica.
Lo de los "soles" se refiere al formato de los galones de los uniformes de los militares venezolanos. Sin embargo, que algunos de ellos estén vinculados a mafias del narcotráfico no ameritaría hablar de un cartel en toda la regla y menos de narcoterrorismo. Si no, cabría preguntarse qué funcionarios políticos, aduaneros o de seguridad de los Estados Unidos hacen la vista gorda ante las drogas que entran a raudales a ese país y, en consecuencia, interrogarse sobre qué nombre tendría el "cartel" que, con la misma lógica, podría presumirse que funcionaría allí.
Mientras, crece en el Congreso de los Estados Unidos el resquemor por las condenas a muerte sumarias practicadas contra las tripulaciones de las lanchas atacadas en el mar y se reclama, en todo caso, que se le someta un pedido formal de declaración de guerra.
Uno de los legisladores que se muestra más vehemente en la denuncia de una guerra que no puede ser librada de facto y que, de fondo, repudia la violencia es Ron Paul.
Paul no es sólo senador por Kentucky y republicano. También es un libertario. Uno más consecuente que Milei, sin dudas.

En su estilo, Trump, por su parte, va y viene.
"No creo que vayamos a pedir necesariamente una declaración de guerra. Simplemente vamos a matar a las personas que traigan drogas a nuestro país. ¿De acuerdo? Vamos a matarlos. O sea, van a morir", dijo el republicano.

Este, por otro lado, le ofrece a Maduro un diálogo que, según trascendidos, implicaría alguna forma de entrega del poder a cambio de exilio e impunidad. Por ahora, versiones.
Con todo, la posibilidad de un diálogo fue mentada por el propio Trump. ¿Pero sobre qué bases?
Si en Argentina se sabe que recursos naturales como la energía, el uranio y las tierras raras son la moneda de cambio del salvataje de los Estados Unidos a Milei, en el caso de Venezuela se habla abiertamente del petróleo, ya sea en forma de reanudación de exportaciones que en su momento vedó el propio Washington como de preferencias de explotación para compañías de ese país.
Ante la pregunta de si la presión actual va a terminar con Maduro, la representante –diputada– republicana Maria Elvira Salazar declaró sin pelos en la lengua que sí, que "él no es Fidel Castro o un tipo valiente". Sin embargo, ante la posibilidad de que haya una guerra que es resistida en ámbitos políticos, mencionó las razones que la justificarían. La principal, que Venezuela "sería un día de campo para las petroleras estadounidenses porque supondría más de un billón de dólares en actividad económica".
Los borrachos, los locos, los niños y los ultraderechistas no saben mentir.

Más relevante fue la palabra del secretario del Tesoro y virrey del Protectorado Estadounidense del Río de la Plata, Scott Bessent, quien vinculó la posibilidad de la paz entre Rusia y Ucrania con "algo que pase en Venezuela" para que "veamos que los precios del petróleo bajen aun más". Del mismo modo en que justificó el salvataje a Milei por la conveniencia de que Argentina "no se convierta en un Estado fallido", expresó pretender lo mismo en el país caribeño.
¿Al final seremos Venezuela?
¿Rusia y Ucrania, dijo? Claro. En estas horas, la administración Trump asegura que está apunto de cerrar un acuerdo entre las partes, lo que pondría fin a un conflicto trágico y aún violento que estalló en febrero de 2022. Las condiciones parecerían más del gusto de Moscú que del de Kiev, pero la posible coincidencia entre ese evento y el presagio de Bessent sobre Venezuela podría tener una consecuencia más allá del petróleo: neutralizar a Vladímir Putin, ganador de la paz trumpae, como protector de Maduro.
Por otro lado, terminarían las sanciones contra el petróleo ruso, lo que abarataría todavía más ese insumo cuando el costo de vida, en especial en energía y alimentos, roe la popularidad de Trump en todas las encuestas.
Queda China, claro. Maduro menciona todo el tiempo el apoyo de sus aliados de Moscú y Pekín, pero cabe preguntarse hasta qué punto Xi Jinping acudiría en su auxilio en caso de una salida de fuerza precipitada por Estados Unidos. La guerra comercial en curso parece afectar más a la potencia declinante que a la emergente, pero no deja de ser un factor condicionante si lo no se quiere empeorar las cosas de un modo dramático.

Ante el silencio –o, en el mejor de los casos, el susurro tímido– de gobiernos latinoamericanos demasiado atemorizados por el bully del barrio, y los intereses más urgentes de Rusia y China, acaso Maduro se esté quedando solo. Los días y las semanas lo dirán.
Mientras, la región asiste impávida a una nueva era de inquietante intervencionismo.



