Hace un año, cuando arreciaba un hiperajuste hecho con motosierra –una herramienta basta, que no conoce de seres humanos–, la pregunta sobre la sustentabilidad política del modelo remitía al límite de la paciencia social. Según se repetía, la alta ponderación de Javier Milei se mantendría mientras lograra reducir la inflación. El sacrificio no sería analizado por una mayoría a la luz de su eficiencia –cantidad de recursos usados en relación con el objetivo perseguido–, sino sólo en virtud de su eficacia.
La desinflación –una realidad que amplificó su sensación térmica por haber pegado hábilmente el IPC de 25,5% de diciembre de 2023, hecho en gran medida de una devaluación desmesurada y decidida por Milei y Toto Caputo, con el final de Alberto Fernández– acompañó ese diagnóstico por un tiempo suficientemente largo como para que la pregunta se olvidara. Hoy, cuando las encuestas muestran casi sin excepción una caída –perceptible, pero aún no dramática– de la ponderación social de la gestión oficial, signos de cansancio respecto la figura del propio Milei y una pérdida de confianza en que el futuro será mejor que el presente, cabe recordar la pregunta perdida.
Once de cada diez análisis –gracias por captar la ironía– atribuyen el bajón presidencial a lo ocurrido en un día preciso: el 14 de febrero. En esa fecha, desde entonces el Día de los Desenamorados, el jefe de Estado prestó su nombre y su influencia a la estafa del Libragate. Y ya nada fue igual, se afirma.
Fernández y Fabiola Yáñez armaron en Olivos en pleno confinamiento, pueda haber causado un efecto político tan importante. La parte de la sociedad que se habría desencantado exactamente a las 19.01 de ese viernes, pasando del apoyo esperanzado al repudio, fue, se supone, la misma que votó a un candidato que hablaba de venta de niños y de órganos, de su preferencia por la mafia antes que por el Estado, de su decisión de dolarizar sin dólares, de su consideración como "héroes" a quienes evadieran impuestos, que no negaba hablar con perros muertos y que aceptaba ser calificado de "loco" hasta que el éxito lo probara, en realidad, como un "genio".
¿Qué pudo haber tenido de particular ese semáforo en rojo vulnerado –uno más–, sobre todo cuando se trata de un caso que en sus detalles técnicos escapa al entendimiento general?
Tal vez el "efecto última gota"… O tal vez algo más.
Hace poco, el 27 de marzo, te propuse interpretar buena parte del caos de la realidad nacional en torno a un elemento específico: el estancamiento de la inflación y, dadas las tensiones cambiarias de las que se habla todo el tiempo en los medios, el peligro de su rebote como reflejo de una nueva devaluación que sólo resta saber si tendrá algún prefacio antes de las legislativas del 26 de octubre o si, merced al socorro del FMI, se desnudará completamente después de ese día. ¿Comienza a encontrar respuesta la pregunta olvidada sobre la paciencia social?
Una encuesta de Trespuntozero y Alaska difundida a fin de marzo resulta especialmente pertinente a esos efectos. La misma muestra una larga línea de evolución de las expectativas económicas de la población. En febrero –sí: alrededor del Día de los Desenamorados– muestra una inversión de la curva, por la que los pesimistas pasaron a superar en número a los optimistas. Sin embargo, la tendencia al alza de los primeros y, en paralelo, a la baja de los segundos es claramente previa y se remonta a diciembre.
Es interesante comparar dichas líneas con la evolución del índice de precios al consumidor (IPC) del INDEC.
El mejor momento de la desinflación se produjo en septiembre, cuando la economía salió de una meseta de cuatro meses en la que se había estancado en torno al cuatro y pico por ciento para bajar, por fin, a 3,7%. Desde ese mes, el pesimismo sobre el futuro de la economía abandonó el pico del 46,6% que había alcanzado durante el altiplano previo y el optimismo empezó a repuntar desde su piso del 35,1%. Volvé al gráfico de Trespuntozero y Alaska.
En diciembre, ambos sentimientos vuelven a cambiar de sentido, primero levemente y luego cada vez más marcadamente. ¿Qué pasó entonces, cuando el proyecto $LIBRA solo estaba en las cabezas de Milei, Karina Milei, algún otro funcionario o legislador, y esos lobistas y arribistas locales y extranjeros que obtuvieron, vaya a saber cómo, acceso privilegiado a la Casa Rosada?
$LIBRA acentuó, pero probablemente no causó el malestar. Lo que pasó fue que se empezó a percibir una nueva meseta del IPC, más baja que la anterior, ubicada en el dos y pico por ciento, pero más persistente. La misma se hizo más molesta en la medida en que, dadas las deficiencias conocidas de la medición del INDEC –quien tienden a subestimar la inflación– dio lugar a otras estadísticas, viciadas, que aludieron a una cierta recuperación real de salarios formales y jubilaciones que, la verdad, Presidente, acá abajo no se percibe. Con las debidas disculpas…
La meseta mencionada –rebelde, que desde octubre ya completó seis meses y que en marzo, según consultoras privadas, hasta podría mostrar un número al alza– puede así ser entendida como la madre del borrego del malestar. Para peor, empujada por el sensible rubro Alimentos y bebidas no alcohólicas.
Fuente: Analytica.
Basta con recordar la pregunta inicial, generalizada, sobre la paciencia social hacia un modelo dependiente en lo político de la continuidad de la inflación.
Datos actualizados ratifican la presunción. La consultora brasileña Altas Intel, que se hizo más conocida entre nosotros por haber pronosticado con precisión el resultado del ballotage de noviembre de 2023, también marca el último mes de 2024 como un mojón en término de cambio de percepciones.
De acuerdo con la misma, según escribió Pablo Ibáñez en Cenital, "desde diciembre, si bien la percepción de inflación actual se mantuvo a la baja, la expectativa de inflación futura quedó estancada. El mismo informe indica que para más del 50%, la responsabilidad de la inflación es la 'defectuosa política económica del Gobierno', mientras que un 32,5% lo atribuye a especulación de empresas y minoristas".
Al cierre de marzo, casi el 70% calificaba la inflación como "una gran preocupación".
Además, finalmente aparece el problema de la plata que no alcanza, mencionado por más del 91%. Esa es la realidad última, que muchas veces queda oscurecida por el fetichismo del IPC.
Tal vez por costumbre o por un sesgo –devenido en sentido común, que tiende a poner los problemas en la estratósfera y no al nivel del mundo de las empresa y el trabajo–, las encuestas suelen preguntar por la inflación, dejando como un asunto subalterno el tema de los ingresos. Atlas Intel hace bien por poner el foco en esto, que importa más por mostrar a los ciudadanos como seres vivos y no como entomólogos sin necesidades que examinan, sin mayor pasión, el insecto de "la inflación".
Agreguemos algo más de lo que arroja este estudio: domina el pesimismo respecto de la perspectiva de la situación económica, laboral y familiar en un plazo de seis meses. La sociedad se va poniendo punk: no future.
Si es que vox populi es vox dei, podría haber una alerta electoral que la política por ahora no registra: en ese plazo la ciudadanía estará decidiendo en las urnas si el Gobierno de extrema derecha, al que se le ha tolerado pasar en rojo tantos semáforos políticos, sociales e institucionales, merece o no un voto de confianza para terminar de encarrillar la loca economía.
En este punto vuelven a cobrar importancia los análisis sobre las fragilidades de la mileinomía; la inutilidad –y los perjucios probables– de apostar a un atraso cambiario creciente, que ya ni siquiera sirve para moderar los precios y que sólo debilita día a día las ya exangües reservas del Banco Central; los peligros de que una eventual segunda devaluación genere la sensación de un sacrificio estéril, y el rescate financiero–electoral del FMI que se demora y se condiciona. Este, encima, ha sido tradicionalmente un llamador que le indica a la gente que algo está profundamente mal y que el peligro acecha.
Hay que reconocer que asuntos como el Libragate hicieron que la corrupción volviera a saltar al tope de las preocupaciones –así lo refleja la propia Atlas Intel–, pero raramente los sondeos miden intensidades.
¿Te preocupa la corrupción? Y, sí; eso alcanza tanto a quienes llegan a fin de mes y a quienes no lo hacen. ¿Te preocupan la inflación y tus ingresos? Claro. El detalle es que lo primero provoca dolor de barriga en una medida menor que lo segundo.
Según las hipótesis que te propongo en el desPertar de hoy, la crisis de credibilidad del Gobierno no fue un producto original del escándalo cripto; de la devaluación de la palabra oficial; de los borocotazos inducidos alla casta de radicales, macristas, peronistas y provinciales que súbitamente vieron la luz de "la libertad"; de los avances del Gobierno contra la división republicana de poderes –a propósito, la eventual renuncia del okupa Manuel García-Mansilla, que te anticipé como una probabilidad alta el viernes, gana terreno en estas mismas horas–; de los reiterados insultos de Milei y los suyos a sectores amplios de la población que gobierna; de la irritante e inútil fidelidad canina a Donald Trump; de sus atentados a la causa Malvinas, y tantas otras cuestiones.
Es más, los avances del criptoescándalo en tribunales de Estados Unidos y la reciente revelación de Bloomberg de que "Milei cobraba 20.000 dólares a asistentes de sus cenas privadas cuando era diputado", todo sin recibos ni pago de impuestos, han pasado mayormente desapercibidos. ¿Preocupa la corrupción? Claro. ¿Alguien se sorprende por ella? No. ¿Es lo que más nos duele o lo asumimos como algo tan inherente a nuestra vida, igual que la humedad de Buenos Aires? Vos dirás…
En el fondo, se trata de los problemas de arrastre del plan económico, endeble en sus bases, insustentable en lo político y suicida en lo social. Todo, desde ya, agravado al extremo por la crisis internacional desatada por el Arancelazo de Trump, que si no se encarrillara por senderos negociados, provocaría un cambio histórico de las reglas de juego globales y se llevaría puesta la endeble Argentina de Milei, carente de un plan económico y una política exterior a la altura del desafío.
Si el peor escenario global ocurriera, el Gobierno encontraría una excelente excusa para devaluar y maquillarle la papada a su fracaso. Pero quienes siguen la vida nacional todos los días sabrán que el descalabro fue anterior.
Mirá vos... al final se trataba de la paciencia.